Por Roberto López-Geissmann h.
Este texto
de Lucía Moragón Martínez, docente de la Universidad Complutense de Madrid rastrea
los orígenes de la corriente estructuralista, define sus postulados más
importantes y presenta las teorías que confluyeron en la aparición del el
Post-estructuralismo. También se muestran a algunos pensadores y sus aportes
tanto al estructuralismo como al post-estructuralismo.
En los años
50, surge el Estructuralismo como una corriente que daría un nuevo giro a las ciencias
sociales. Sin constituir una ruptura total con las contribuciones teóricas
anteriores, buscaba abrir una perspectiva intelectual novedosa en cómo concebir y entender cultura. Básicamente
admite que lo que se muestra de forma superficial de la cultura, es el reflejo de una serie de mecanismos fijos
encontrados en profundidad, perfectamente ordenados, constituidos por elementos
que originan distintas expresiones culturales, perceptibles directamente. El
investigador buscará descifrar los códigos ocultos de significado presentes en
las relaciones sociales.
El
estructuralismo parte de la idea de que el terreno social se halla cargado de
significado y simbolismo y se presenta como una ciencia que más que describir está
facultada para reconstruir la estructura no visible de la imagen real y
visible. El especial énfasis otorgado a
la idea frente a la materia y a la
dependencia de la presencia del lenguaje, distancia al Estructuralismo de disciplinas
como la arqueología, aproximándola a la antropología. El concepto de estructura
sustituye al de sistema, dejando atrás con ello los métodos descriptivos en
favor de modelos analíticos que sustráiganlo profundo de la realidad.
Lévi-Strauss,
principal figura del Estructuralismo, se influenció marcadamente por los
estudios lingüísticos y su repercusión filosófica, razón por la que el
Estructuralismo se desarrolle partiendo de la lingüística, lo que conducirá
posteriormente a la lingüística
estructural que retomará Lévi-Strauss y que es fundamento de la
semiología. La semiología postula que la estructura profunda del lenguaje está formada por una serie de
unidades o signos bajo dos aspectos asociados: la imagen sonora del signo
(sensible), el significante, y el concepto u objeto que representa
(inteligible), el significado. “Lo importante de esta relación es que
está basada en concepciones arbitrarias, fruto de convenciones históricas o
culturales. El signo lingüístico funciona según Saussure (idea que después
adoptará Lévi-Strauss) mediante oposiciones, ya que el significante se
construye en contraposición a los demás incluidos en el sistema. De modo que
esa estructura podría definirse como un sistema de diferencias y analogías
(sistema binario de oposiciones). Y es esa relación lo importante para el
mismo, no los signos por sí mismos. La estructura hace que en definitiva,
cualquier discurso sea comprensible.
A partir de
todas estas ideas, Lévi-Strauss trata de sacar a la luz la dimensión social y
colectiva que subyace en el lenguaje como compendio de significado, dando por
hecho que las acciones humanas son en sí, signos. El Estructuralismo basa su
estudio en los modelos o estructuras que rigen los fenómenos humanos del mismo
modo que existe un sistema que da coherencia a los signos lingüísticos en la
construcción del lenguaje”.[1]
Importará
descubrir relaciones básicas entre los diferentes elementos y en esa base,
determinar una estructura. Antropológicamente, significa estudiar la cultura
humana como un conjunto coherente de códigos transmisores de mensajes. Levi
Strauss desarrolla el sistema de oposición binaria saussuriano para interpretar
el linaje, los sistemas de parentesco, el totemismo, la mitología o el arte; estableciendo
esquemas universales de funcionamiento por oposición o equivalencia.
Otros
acopios teóricos que adoptó Lévi-Strauss fueron tomados de Freud. Como él, se interesará por el
subconsciente y la estructura de la
mente humana y asumirá, también la certeza de hallar mecanismos universales de
funcionamiento de la mente. Otra influencia fue la de Marx, que sin brindarle ningún método específico de análisis
cultural, no obstante, le dio la idea de
poder encontrar estructuras profundas determinantes en el funcionamiento de las
relaciones sociales, políticas y económicas que se perciben en la superficie.
De acuerdo a
Moragón, “Siguiendo las tesis de Èmile
Durkheim, antropólogo y sociólogo francés, acerca de la conciencia
colectiva, Lévi-Strauss elabora su idea de que las estructuras sociales y
culturales no son más que un producto de diversos factores colectivos; ya sean
normas sociales, necesidades humanas o producto de un inconsciente común, nunca
se moverán por intereses objetivos o individuales. De este modo las relaciones
sociales quedan de algún modo determinadas por las estructuras de conocimiento
presentes en la mente humana”.[2]
Respecto al
concepto de Estructuras de la Cultura, éstas posibilitan los objetivos
antropológicos que el Levi-Strauss quiso lograr, siendo la base que historiadores y arqueólogos
usarán para crear nuevas hermenéuticas históricas. Su importancia radica en que
siendo códigos de funcionamiento de la mente humana, orienta la actividad del
inconsciente y así, el entendimiento y la acción humana.
Se puede
entender la relación establecida por el
autor entre mito e historia como dos estructuras
cognoscitivas de similares: el mito, para sociedades “a pequeña escala”
intentaría estructurar la realidad visible y ordenar las experiencias sociales
por medio de hechos imaginados pero con bases de la realidad, y la historia,
también adoptaría en occidente una función clasificadora y
sistematizadora de prácticas y modos que también se adaptarían a una
estructura creada de significado.
Hablando
sobre la relación de la arqueología y el estructuralismo, la autora de este
texto apunta: “Arqueólogos e historiadores buscarán determinados sistemas de
representación que conecten con la propia concepción del mundo que tendrían los
grupos del pasado, ya sea el tiempo y el espacio (Hernando), la concepción de
la naturaleza o el paisaje (Criado), la relación entre los seres humanos y el
ambiente, etc.
Del mismo modo que el Estructuralismo trata de alcanzar los modelos o las
estructuras que rigen los fenómenos humanos, la Nueva Arqueología aplica el
método hipotético-deductivo en su búsqueda de leyes generales que expliquen lo
particular. Ambas, por tanto, están interesados en la detención de universales
culturales a partir de una aproximación a lo concreto. Tratan de este modo de
encontrar las leyes que interrelacionan las entidades de estudio, tomando las
partes como un todo general y universal. Los dos modelos se olvidan de incluir
un contexto para su evaluación haciendo más fácil la elaboración de una ley
general de comportamiento (un dato que será repetidamente criticado en los
ámbitos posmodernos). Pero no hay que olvidar algo fundamental, y es que
trabajan a niveles distintos: los sistemas de la Nueva Arqueología son
sustituidos ahora por estructuras que residen en niveles mucho más profundos.
Ambos tratan de analizar los datos observables empíricamente, de manera que
sean predecibles y contrastables indefinidamente en función de esa ley general
que otorga un carácter científico al método, lo que Lévi-Strauss tituló como
“verdad de razón”: una ley universal a la podía accederse mediante una
aproximación perceptiva, pero necesariamente contrastada mediante el contexto
material”.[3]
El estructuralismo ayudó a la consideración
de la cultura como algo construido de forma significativa contradiciendo al
positivismo que entiende la cultura material como un medio extrasomático de
adaptación. La cultura material ya no es pasiva, ni el sujeto se liga del todo
a sistemas que se repiten, sino que es producto del comportamiento humano. La
cultura está muy asociada a las ideas, creencias y significados que cada grupo
engarza entre él y el objeto y es además susceptible de ser decodificada.
Acerca de la crítica a Levy-Strauss y al estructuralismo, puede decirse que
muchos de sus postulados se conciben hoy día como superados, por ejemplo, la
tendencia a enfatizar la diferencia entre lo “primitivo” y lo “moderno”. Otro
de los puntos que la arqueología o que el
propio Estructuralismo en su desarrollo debió superar, fue el de la
atención a las estructuras universales introducidas por Lévi-Strauss, y que no
parecían más que simples construcciones vacías que no podían atender a detalles
históricos o contextuales de los objetos, por ejemplo, el dualismo simplista
con el que se quiso sintetizar los modelos de racionalidad que direccionaban el
funcionamiento de la mente humana.
“Por último, uno de los aspectos que no ha sido capaz de superar el
Estructuralismo, ha sido el acercamiento al sujeto como individuo. En este
sentido, se continúa atendiendo a la presencia de una conciencia colectiva
global que encierra consigo o determina de algún modo, el pensamiento y
actividad del sujeto individual. La “muerte del sujeto”, será también tomada
por los sucesores post-estructuralistas, que modificarán en parte la
perspectiva precedente”.[4]
A continuación, se verán los autores que Moragón señala como representantes
del post-estructuralismo y sus aportes.
Roland Barthes y su obra resulta esencial para comprender los primeros
cambios que hicieron reconsiderar los presupuestos estructuralistas. Barthes,
como buen estructuralista se fundamenta en captar los significados que están bajo la cultura a
partir de métodos similares al lingüístico. No obstante, avanza e intenta superar
esa barrera logocéntrica para incidir en otros contextos de significado. Así,
se abandona el método universalista lévi-straussiano y se extrapola a otros
múltiples aspectos de la cultura; lo que fue muy importante para el análisis
arqueológico de la cultura material. Al respecto, Derrida, otro representante del Post-estructuralismo,
hará una crítica aguda contra este “logocentrismo” en su Teoría de la
Deconstrucción. “Derrida enfatiza, por
un lado, la necesidad de reconstruir el valor de la escritura, minusvalorada
por el habla y la palabra, y por el otro, y termina por hacer desaparecer el
concepto de significado bajo la sucesión de infinitos significantes. De este
modo “no hay nada fuera del texto”.
Según Barthes, la cultura debe ser en todo momento considerada como un
reflejo vivo de la ideología (Smith, 2000: 109). Esta idea es fundamental en el
Post-estructuralismo y será ampliamente desarrollada por Foucault, tal y como
se tendrá ocasión de ver en la segunda parte del trabajo. Es cierto que Lévi-
Strauss nunca adoptó un talante crítico sobre la situación real en la que
vivía, más bien prefirió permanecer cómodamente protegido bajo ideas
cientificistas y objetivas que le hicieron mantenerse al margen de cualquier
acción de compromiso. Fue un aspecto ampliamente criticado por los
posestructuralistas y por todos los posmodernos en general, que en el caso de
los arqueólogos, consideraban su trabajo como políticamente relevante dado el
fortísimo componente ideológico que encerraba tras de sí la cultura material.
En ese sentido es fácil comprender que pasara por alto el incluir en su
análisis una referencia de poder que determinase de algún modo la construcción
de una determinada cultura o un determinado horizonte colectivo.
En sus últimos trabajos Barthes se va acercando cada vez con mayor
intensidad a postulados esencialmente post-estructuralistas. Volviendo a la
lectura de los textos, Barthes comienza a argumentar que después de todo, un
texto cobra significado dependiendo de la propia habilidad del lector para
descifrar los códigos en los que está escrito; en palabras de Barthes: “Nace el
lector a costa de la muerte del autor”.
Por último y abandonando casi definitivamente lo que de positivista pudiera
albergar el Estructuralismo, Barthes termina rechazando el método científico y
excesivamente racionalista que adoptó el lado más ortodoxo de la corriente. En
su obra The Pleasure of the Text, publicada en 1973, Barthes desplaza
completamente la posibilidad de llevar a cabo una aproximación sistemática a la
cultura mediante los métodos coherentes de la razón, e introduce nuevos
aspectos emocionales y físicos que lindan más con la metodología hermenéutica (ibidem).
De modo que el trabajo deja de ser tan intelectualizado y se hace más
perceptivo”.[5]
Vale la pena destacar que el post-estructuralismo no se origina como
resultado de una deconstrucción de los fundamentos del Estructuralismo, sino como
una revisión y remodelación de postulados que concordaban cada vez menos con las
corrientes posmodernas. Ya no se analiza solo la mente y se inicia un diálogo más abierto entre
sujeto y objeto. Por un lado, se continúa negando cualquier aproximación
humanista en aras de códigos de sentido que definen al individuo, y que por
ello niegan su papel como constructor de la cultura. Por otra parte, desmonta
los fundamentos fenomenológicos con que inició Lévi-Strauss en busca de las
estructuras de la experiencia surgida de la conciencia individual, y se
comienza a considerar que el sujeto como
agente está sujeto a influencias de poder, resultado de los condicionamientos histórico-culturales.
Por lo visto anteriormente, se puede decir que hay una recuperación del sujeto
como objeto de análisis.
Del vitalismo nietzscheano se adopta la participación de la emoción y la libertad ala
analizar la realidad en contraposición de los métodos lógicos y racionales vigentes
desde la Ilustración. La historia deja de buscar un sentido, un objetivo y se
desprende del dinamismo evolutivo al que se le había asociado.
Para otro teórico que abonaría a la formación del
post-estructuralismo, Jacques Lacan en el sujeto se juntan lo simbólico (el “super yo” freudiano), lo
imaginario (el “yo ideal”, que surge de los propios deseos) y lo real (sujeto a
lo simbólico e imaginario). Está ubicado pues en la intersección de los ejes de
lo real, lo imaginario y lo simbólico. Tales premisas conciben a la conciencia
individual descentralizada. El sujeto deja de ser unitario y parte de una
estructura de significado ajena a él que le fundamenta, no sólo en cómo se
concibe a sí mismo sino además en su actuar y decidir.
Jacques Derrida, otro autor que fue llevando al
post-estructuralismo, propugno lo que llamó la deconstrucción. Su crítica parte también del lenguaje, de las palabras y
sus conceptos y concluye en terreno
filosófico y revisando el concepto epistemológico de la filosofía. Así, los conceptos deben entenderse en función de
sistemas internos que determinan su sentido y que se deben deconstruir. Dichos sistemas
se construyen partiendo de procesos históricos en forma de figuras retóricas
como la o la metáfora.
Los significantes cobran prioridad sobre los significados hasta que estos
últimos acaban desapareciendo. Derrida pretende evitar así la imposición de una
subjetividad particular en discursos y prácticas sociales, lo que avalaría así
una razón universal.
Michel Foucault fue uno de los más importantes de lo pensadores del
Post-estructuralismo. Su trabajo es fundamental para la superación de las
concepciones modernas de términos como “saber”, “poder” o “verdad”. Se enfoca
principalmente en la concepción de una nueva Historia, lo que le hace destacable
en trabajos como el estudio y la interpretación de la Prehistoria.
“Ese Poder, como productor de conocimiento y de realidad, termina por
determinar las vías por las que se construyen aquellas verdades que son
aceptadas globalmente en una época determinada (ideas que desarrolla en su obra
The Archaeology of Knowledge, publicada en 1969). Por eso no pueden
considerarse como manifestaciones particulares de una lógica estructural que
subyazca a toda práctica social. Esas etapas “históricas” son las que Foucault
define como epistemes, y son las que a través de una “arqueología del
saber” (que se convierte irremediablemente en un tipo concreto de hacer
“arqueología”) deben descubrirse y analizarse para poder escribir una “historia
de la verdad” en relación con cada contexto y, por tanto, cada concepción
concreta de Verdad”.[6]
Las prácticas discursivas son transformadas en códigos de conducta u
órdenes culturales que se encuentran bajo cada etapa concreta determinando
aquello que debe pensarse y que debe decirse. La
descentralización del sujeto es aún más fuerte que la de Barthes o Lacan, pues
en tanto éstos lo desplazan hacia el lenguaje, Foucault lo vierte en la historia;
así elimina la subjetividad y la conciencia (individual o colectiva) por no
tener ninguna incidencia preponderante en el cambio histórico o social. Considera que cada sociedad detenta su propia concepción
de verdad y racionalidad.
Moragón ilustra más adelante, explayándose sobre la arqueología y su
relación con postulados foucaultianos y post-estructuralistas:“El término
“arqueología” se carga de connotaciones metafóricas como método que logra
acceder a las profundidades y a los estratos ocultos del pasado. Este término
se completa con la creación de reglas que expliquen y concreten los aspectos
olvidados y marginados que la historia deja de lado. En este sentido se acerca
mucho a la idea de Nietzsche de elaborar una “historia universal” que también incluya
lo marginado y lo olvidado. Lo que en términos de Foucault puede llamarse una
anti-historia, respecto a todo lo que hasta entonces había tratado la
historiografía tradicional.
Foucault
ofrece algunas directrices fundamentales para el estudio de la cultura material: cualquier
elemento material puede ser objeto de discurso, en el sentido en el que su
construcción acarrea implícitamente la contención de importantes dosis de
significado. Para Foucault ese significado debe ser entendido como otro modo de
materialidad, dado que llevada por un discurso concreto, la subjetividad debe
considerarse como otra forma de objetividad; el Sujeto es construido también a
lo largo del tiempo. Es decir, que la cultura material a la que accede el
arqueólogo deber ser siempre interpretada en base a una terminología concreta
de poder-saber-verdad, un contexto histórico específico. El pasado debe
entenderse desde una posición crítica y a partir de ahí, plantear una crítica
social al presente.
La cultura
material queda ligada a prácticas sociales concretas y se aleja del individuo,
que se diluye bajo las corrientes dominantes del Discurso.[7]
Algunos
escollos que surgen de enlazar estructuralismo y arqueología: el arqueólogo
carece del recurso recurrente y epistemológico del lenguaje, por tanto ¿puede
compararse la cultura material a un lenguaje? ¿Pueden construirse sistemas
binarios de oposición? El estructuralismo sí brinda preponderancia al lenguaje, y desconoce
métodos de significación no verbales. Además, el análisis estructuralista se
basa en una investigación sincrónica del orden de significación, de los códigos
que lo determinan y de las conclusiones que todo ello refleja en la
experiencia. El arqueólogo, por otro lado, intenta realizar un análisis formal
de las pautas que se manifiestan en la cultura material, descubrir su lógica y definir reglas. Tal actitud
no hace sino negar la historicidad y la contextualidad del registro
arqueológico. El inevitable acercamiento a la cultura material, ha transformado
el modo de entender los supuestos estructuralistas; las estructuras de
significado del lenguaje se convierten ahora en otras muy distintas. La rigidez
estructuralista acaba siendo superada.
Entonces,
¿en qué se convierte la cultura material? La autora de este texto responde: “La
cultura material no vuelve a ser una mera colección de artefactos depositados
en el registro arqueológico, sino una construcción significativa de respuestas
a la realidad en relación a fuerzas e intereses sociales que responden a una
determinada ideología del poder. Se convierte en un modo de escritura, una
clase no verbal de discurso ordenado en torno a códigos y unidades de
significación concretas. Un “discurso material” articulado y estructurado a
través de prácticas y estrategias sociales dirigidas por unos intereses
concretos, guiados por el poder y por la ideología. En la búsqueda de
estructuras, se debe desenmascarar lo que yace por debajo de lo observable,
pero teniendo en cuenta el contexto temporal y espacial. En definitiva, la
cultura material debe entenderse como un campo mucho más abierto que un rígido
sistema de signos como dictaminaba el Estructuralismo (Shanks & Tilley,
1987: 102-3). De sus relaciones significativas puede estudiarse y analizarse la
constitución y transformación de las relaciones sociales. Relaciones sociales
que no son sino producto de discursos, y es a través de ambos sobre los que se
asienta y crea la cultura material. El Post-estructuralismo vuelve a la
historia y recupera el sentido que había perdido con el sincronismo del
Saussure y Lévi-Strauss. El tiempo vuelve a considerar lo diacrónico frente a
lo sincrónico. Del mismo modo toma las estructuras que el Estructuralismo trató
de construir y las desarma”.[8]
En
conclusión, la aplicación de estos supuestos ( estructurales y
post-estructurales) a la antropología y con mayores dificultades a la
arqueología, da origen un nuevo paradigma que se bosqueja como superador de los
modelos tradicionales, tanto positivistas, como procesuales, actualistas y
etnocéntricos que venían vigentes e
incontrovertibles como paradigmas teóricos de occidente hasta la aparición de
estos nuevos modelos en los que se amplía la profundización en el desentrañar
el diálogo entre la mente, el lenguaje y los mecanismos profundos que subyacen
tras la cultura en superficie, en forma sincrónica, pero diacrónica también.
[2] Ibíd., pág. 7.
[3] Ibíd., pp. 13; 15.
[4] Ibíd., pág. 21.
[5] Ibíd., pp. 22-24.
[6] Ibíd., pp. 32-33.
[7] Ibíd., pp. 33-34.
[8] Ibíd., pp. 38-39.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Publicaciones
en internet:
- Moragón Martínez, Lucía. “Estructuralismo y
post-estructuralismo en arqueología”. Departamento de Prehistoria. Universidad
Complutense de Madrid. Arqueoweb. 2007.
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