miércoles, 3 de septiembre de 2014

Estructuralismo y postestructuralismo en arqueología


Por Roberto López-Geissmann h.


Este texto de Lucía Moragón Martínez, docente de la Universidad Complutense de Madrid rastrea los orígenes de la corriente estructuralista, define sus postulados más importantes y presenta las teorías que confluyeron en la aparición del el Post-estructuralismo. También se muestran a algunos pensadores y sus aportes tanto al estructuralismo como al post-estructuralismo.
En los años 50,  surge el Estructuralismo  como una corriente  que daría un nuevo giro a las ciencias sociales. Sin constituir una ruptura total con las contribuciones teóricas anteriores, buscaba abrir una  perspectiva intelectual  novedosa en cómo concebir y entender cultura.  Básicamente admite que lo que se muestra de forma superficial de la cultura,  es el reflejo de una serie de mecanismos fijos encontrados en profundidad, perfectamente ordenados, constituidos por elementos que originan distintas expresiones culturales, perceptibles directamente. El investigador buscará descifrar los códigos ocultos de significado presentes en las relaciones sociales.
El estructuralismo parte de la idea de que el terreno social se halla cargado de significado y simbolismo y se presenta como una ciencia que más que describir está facultada para reconstruir la estructura no visible de la imagen real y visible.  El especial énfasis otorgado a la idea frente a la materia y  a la dependencia de la presencia del lenguaje, distancia al Estructuralismo de disciplinas como la arqueología, aproximándola a la antropología. El concepto de estructura sustituye al de sistema, dejando atrás con ello los métodos descriptivos en favor de modelos analíticos que sustráiganlo profundo de la realidad.

Lévi-Strauss, principal figura del Estructuralismo, se influenció marcadamente por los estudios lingüísticos y su repercusión filosófica, razón por la que el Estructuralismo se desarrolle partiendo de la lingüística, lo que conducirá posteriormente a la lingüística estructural que retomará Lévi-Strauss y que es fundamento de la semiología. La semiología postula que la estructura profunda  del lenguaje está formada por una serie de unidades o signos bajo dos aspectos asociados: la imagen sonora del signo (sensible), el significante, y el concepto u objeto que representa (inteligible), el significado. “Lo importante de esta relación es que está basada en concepciones arbitrarias, fruto de convenciones históricas o culturales. El signo lingüístico funciona según Saussure (idea que después adoptará Lévi-Strauss) mediante oposiciones, ya que el significante se construye en contraposición a los demás incluidos en el sistema. De modo que esa estructura podría definirse como un sistema de diferencias y analogías (sistema binario de oposiciones). Y es esa relación lo importante para el mismo, no los signos por sí mismos. La estructura hace que en definitiva, cualquier discurso sea comprensible.
A partir de todas estas ideas, Lévi-Strauss trata de sacar a la luz la dimensión social y colectiva que subyace en el lenguaje como compendio de significado, dando por hecho que las acciones humanas son en sí, signos. El Estructuralismo basa su estudio en los modelos o estructuras que rigen los fenómenos humanos del mismo modo que existe un sistema que da coherencia a los signos lingüísticos en la construcción del lenguaje”.[1]
Importará descubrir relaciones básicas entre los diferentes elementos y en esa base, determinar una estructura. Antropológicamente, significa estudiar la cultura humana como un conjunto coherente de códigos transmisores de mensajes. Levi Strauss desarrolla el sistema de oposición binaria saussuriano para interpretar el linaje, los sistemas de parentesco, el totemismo, la mitología o el arte; estableciendo esquemas universales de funcionamiento por oposición o equivalencia.
Otros acopios teóricos que adoptó Lévi-Strauss fueron tomados de Freud. Como él, se interesará por el subconsciente y  la estructura de la mente humana y asumirá, también la certeza de hallar mecanismos universales de funcionamiento de la mente. Otra influencia fue la de Marx, que sin brindarle ningún método específico de análisis cultural,  no obstante, le dio la idea de poder encontrar estructuras profundas determinantes en el funcionamiento de las relaciones sociales, políticas y económicas que se perciben en la superficie.
De acuerdo a Moragón, “Siguiendo las tesis de Èmile Durkheim, antropólogo y sociólogo francés, acerca de la conciencia colectiva, Lévi-Strauss elabora su idea de que las estructuras sociales y culturales no son más que un producto de diversos factores colectivos; ya sean normas sociales, necesidades humanas o producto de un inconsciente común, nunca se moverán por intereses objetivos o individuales. De este modo las relaciones sociales quedan de algún modo determinadas por las estructuras de conocimiento presentes en la mente humana”.[2]
Respecto al concepto de Estructuras de la Cultura, éstas posibilitan los objetivos antropológicos que el Levi-Strauss quiso lograr,  siendo la base que historiadores y arqueólogos usarán para crear nuevas hermenéuticas históricas. Su importancia radica en que siendo códigos de funcionamiento de la mente humana, orienta la actividad del inconsciente y así, el entendimiento y la acción humana.
Se puede entender  la relación establecida por el autor entre mito e historia como dos estructuras cognoscitivas de similares: el mito, para sociedades “a pequeña escala” intentaría estructurar la realidad visible y ordenar las experiencias sociales por medio de hechos imaginados pero con bases de la realidad, y la historia, también adoptaría en occidente una función clasificadora y sistematizadora  de prácticas y modos que también se adaptarían a una estructura creada de significado.
Hablando sobre la relación de la arqueología y el estructuralismo, la autora de este texto apunta: “Arqueólogos e historiadores buscarán determinados sistemas de representación que conecten con la propia concepción del mundo que tendrían los grupos del pasado, ya sea el tiempo y el espacio (Hernando), la concepción de la naturaleza o el paisaje (Criado), la relación entre los seres humanos y el ambiente, etc. 
Del mismo modo que el Estructuralismo trata de alcanzar los modelos o las estructuras que rigen los fenómenos humanos, la Nueva Arqueología aplica el método hipotético-deductivo en su búsqueda de leyes generales que expliquen lo particular. Ambas, por tanto, están interesados en la detención de universales culturales a partir de una aproximación a lo concreto. Tratan de este modo de encontrar las leyes que interrelacionan las entidades de estudio, tomando las partes como un todo general y universal. Los dos modelos se olvidan de incluir un contexto para su evaluación haciendo más fácil la elaboración de una ley general de comportamiento (un dato que será repetidamente criticado en los ámbitos posmodernos). Pero no hay que olvidar algo fundamental, y es que trabajan a niveles distintos: los sistemas de la Nueva Arqueología son sustituidos ahora por estructuras que residen en niveles mucho más profundos. Ambos tratan de analizar los datos observables empíricamente, de manera que sean predecibles y contrastables indefinidamente en función de esa ley general que otorga un carácter científico al método, lo que Lévi-Strauss tituló como “verdad de razón”: una ley universal a la podía accederse mediante una aproximación perceptiva, pero necesariamente contrastada mediante el contexto material”.[3]
El estructuralismo ayudó  a la consideración de la cultura como algo construido de forma significativa contradiciendo al positivismo que entiende la cultura material como un medio extrasomático de adaptación. La cultura material ya no es pasiva, ni el sujeto se liga del todo a sistemas que se repiten, sino que es producto del comportamiento humano. La cultura está muy asociada a las ideas, creencias y significados que cada grupo engarza entre él y el objeto y es además susceptible de ser decodificada.

Acerca de la crítica a Levy-Strauss y al estructuralismo, puede decirse que muchos de sus postulados se conciben hoy día como superados, por ejemplo, la tendencia a enfatizar la diferencia entre lo “primitivo” y lo “moderno”. Otro de los puntos que la arqueología o que el  propio Estructuralismo en su desarrollo debió superar, fue el de la atención a las estructuras universales introducidas por Lévi-Strauss, y que no parecían más que simples construcciones vacías que no podían atender a detalles históricos o contextuales de los objetos, por ejemplo, el dualismo simplista con el que se quiso sintetizar los modelos de racionalidad que direccionaban el funcionamiento de la mente humana.
“Por último, uno de los aspectos que no ha sido capaz de superar el Estructuralismo, ha sido el acercamiento al sujeto como individuo. En este sentido, se continúa atendiendo a la presencia de una conciencia colectiva global que encierra consigo o determina de algún modo, el pensamiento y actividad del sujeto individual. La “muerte del sujeto”, será también tomada por los sucesores post-estructuralistas, que modificarán en parte la perspectiva precedente”.[4]
A continuación, se verán los autores que Moragón señala como representantes del post-estructuralismo y sus aportes.
Roland Barthes y su obra resulta esencial para comprender los primeros cambios que hicieron reconsiderar los presupuestos estructuralistas. Barthes, como buen estructuralista se fundamenta en captar  los significados que están bajo la cultura a partir de métodos similares al lingüístico. No obstante, avanza e intenta superar esa barrera logocéntrica para incidir en otros contextos de significado. Así, se abandona el método universalista lévi-straussiano y se extrapola a otros múltiples aspectos de la cultura; lo que fue muy importante para el análisis arqueológico de la cultura material. Al respecto,  Derrida, otro representante del Post-estructuralismo, hará una  crítica aguda contra  este “logocentrismo” en su Teoría de la Deconstrucción.  “Derrida enfatiza, por un lado, la necesidad de reconstruir el valor de la escritura, minusvalorada por el habla y la palabra, y por el otro, y termina por hacer desaparecer el concepto de significado bajo la sucesión de infinitos significantes. De este modo “no hay nada fuera del texto”.
Según Barthes, la cultura debe ser en todo momento considerada como un reflejo vivo de la ideología (Smith, 2000: 109). Esta idea es fundamental en el Post-estructuralismo y será ampliamente desarrollada por Foucault, tal y como se tendrá ocasión de ver en la segunda parte del trabajo. Es cierto que Lévi- Strauss nunca adoptó un talante crítico sobre la situación real en la que vivía, más bien prefirió permanecer cómodamente protegido bajo ideas cientificistas y objetivas que le hicieron mantenerse al margen de cualquier acción de compromiso. Fue un aspecto ampliamente criticado por los posestructuralistas y por todos los posmodernos en general, que en el caso de los arqueólogos, consideraban su trabajo como políticamente relevante dado el fortísimo componente ideológico que encerraba tras de sí la cultura material. En ese sentido es fácil comprender que pasara por alto el incluir en su análisis una referencia de poder que determinase de algún modo la construcción de una determinada cultura o un determinado horizonte colectivo.
En sus últimos trabajos Barthes se va acercando cada vez con mayor intensidad a postulados esencialmente post-estructuralistas. Volviendo a la lectura de los textos, Barthes comienza a argumentar que después de todo, un texto cobra significado dependiendo de la propia habilidad del lector para descifrar los códigos en los que está escrito; en palabras de Barthes: “Nace el lector a costa de la muerte del autor”.
Por último y abandonando casi definitivamente lo que de positivista pudiera albergar el Estructuralismo, Barthes termina rechazando el método científico y excesivamente racionalista que adoptó el lado más ortodoxo de la corriente. En su obra The Pleasure of the Text, publicada en 1973, Barthes desplaza completamente la posibilidad de llevar a cabo una aproximación sistemática a la cultura mediante los  métodos coherentes de la razón, e introduce nuevos aspectos emocionales y físicos que lindan más con la metodología hermenéutica (ibidem). De modo que el trabajo deja de ser tan intelectualizado y se hace más perceptivo”.[5]
Vale la pena destacar que el post-estructuralismo no se origina como resultado de una deconstrucción de los fundamentos del Estructuralismo, sino como una revisión y remodelación de postulados que concordaban cada vez menos con las corrientes posmodernas. Ya no se analiza solo la mente  y se inicia un diálogo más abierto entre sujeto y objeto. Por un lado, se continúa negando cualquier aproximación humanista en aras de códigos de sentido que definen al individuo, y que por ello niegan su papel como constructor de la cultura. Por otra parte, desmonta los fundamentos fenomenológicos con que inició Lévi-Strauss en busca de las estructuras de la experiencia surgida de la conciencia individual, y se comienza a  considerar que el sujeto como agente está sujeto a influencias de poder, resultado de los condicionamientos histórico-culturales. Por lo visto anteriormente, se puede decir que hay una recuperación del sujeto como objeto de análisis.
Del vitalismo nietzscheano se adopta  la participación de la emoción y la libertad ala analizar la realidad en contraposición de los métodos lógicos y racionales vigentes desde la Ilustración. La historia deja de buscar un sentido, un objetivo y se desprende del dinamismo evolutivo al que se le había asociado.
Para otro teórico que abonaría a la formación del post-estructuralismo, Jacques Lacan en el sujeto se juntan lo simbólico (el “super yo” freudiano), lo imaginario (el “yo ideal”, que surge de los propios deseos) y lo real (sujeto a lo simbólico e imaginario). Está ubicado pues en la intersección de los ejes de lo real, lo imaginario y lo simbólico. Tales premisas conciben a la conciencia individual descentralizada. El sujeto deja de ser unitario y parte de una estructura de significado ajena a él que le fundamenta, no sólo en cómo se concibe a sí mismo sino además en su actuar y decidir.
Jacques Derrida, otro autor que fue llevando al post-estructuralismo, propugno lo que llamó la deconstrucción. Su crítica parte también del lenguaje, de las palabras y sus conceptos y  concluye en terreno filosófico y revisando el concepto epistemológico de la filosofía. Así,  los conceptos deben entenderse en función de sistemas internos que determinan su sentido y que se deben deconstruir. Dichos sistemas se construyen partiendo de procesos históricos en forma de figuras retóricas como la  o la metáfora.
Los significantes cobran prioridad sobre los significados hasta que estos últimos acaban desapareciendo. Derrida pretende evitar así la imposición de una subjetividad particular en discursos y prácticas sociales, lo que avalaría así una razón universal.
Michel Foucault fue uno de los más importantes de lo pensadores del Post-estructuralismo. Su trabajo es fundamental para la superación de las concepciones modernas de términos como “saber”, “poder” o “verdad”. Se enfoca principalmente en la concepción de una nueva Historia, lo que le hace destacable en trabajos como el estudio y la interpretación de la Prehistoria.
“Ese Poder, como productor de conocimiento y de realidad, termina por determinar las vías por las que se construyen aquellas verdades que son aceptadas globalmente en una época determinada (ideas que desarrolla en su obra The Archaeology of Knowledge, publicada en 1969). Por eso no pueden considerarse como manifestaciones particulares de una lógica estructural que subyazca a toda práctica social. Esas etapas “históricas” son las que Foucault define como epistemes, y son las que a través de una “arqueología del saber” (que se convierte irremediablemente en un tipo concreto de hacer “arqueología”) deben descubrirse y analizarse para poder escribir una “historia de la verdad” en relación con cada contexto y, por tanto, cada concepción concreta de Verdad”.[6]
Las prácticas discursivas son transformadas en códigos de conducta u órdenes culturales que se encuentran bajo cada etapa concreta determinando aquello que debe pensarse y que debe decirse. La descentralización del sujeto es aún más fuerte que la de Barthes o Lacan, pues en tanto éstos lo desplazan hacia el lenguaje, Foucault lo vierte en la historia; así elimina la subjetividad y la conciencia (individual o colectiva) por no tener ninguna incidencia preponderante en el cambio histórico o social. Considera que cada sociedad detenta su propia concepción de verdad y racionalidad.
Moragón ilustra más adelante, explayándose sobre la arqueología y su relación con postulados foucaultianos y post-estructuralistas:“El término “arqueología” se carga de connotaciones metafóricas como método que logra acceder a las profundidades y a los estratos ocultos del pasado. Este término se completa con la creación de reglas que expliquen y concreten los aspectos olvidados y marginados que la historia deja de lado. En este sentido se acerca mucho a la idea de Nietzsche de elaborar una “historia universal” que también incluya lo marginado y lo olvidado. Lo que en términos de Foucault puede llamarse una anti-historia, respecto a todo lo que hasta entonces había tratado la historiografía tradicional.
Foucault ofrece algunas directrices fundamentales para el estudio de la cultura material: cualquier  elemento material puede ser objeto de discurso, en el sentido en el que su construcción acarrea implícitamente la contención de importantes dosis de significado. Para Foucault ese significado debe ser entendido como otro modo de materialidad, dado que llevada por un discurso concreto, la subjetividad debe considerarse como otra forma de objetividad; el Sujeto es construido también a lo largo del tiempo. Es decir, que la cultura material a la que accede el arqueólogo deber ser siempre interpretada en base a una terminología concreta de poder-saber-verdad, un contexto histórico específico. El pasado debe entenderse desde una posición crítica y a partir de ahí, plantear una crítica social al presente.
La cultura material queda ligada a prácticas sociales concretas y se aleja del individuo, que se diluye bajo las corrientes dominantes del Discurso.[7]

Algunos escollos que surgen de enlazar estructuralismo y arqueología: el arqueólogo carece del recurso recurrente y epistemológico del lenguaje, por tanto ¿puede compararse la cultura material a un lenguaje? ¿Pueden construirse sistemas binarios de oposición? El estructuralismo  sí brinda preponderancia al lenguaje, y desconoce métodos de significación no verbales. Además, el análisis estructuralista se basa en una investigación sincrónica del orden de significación, de los códigos que lo determinan y de las conclusiones que todo ello refleja en la experiencia. El arqueólogo, por otro lado, intenta realizar un análisis formal de las pautas que se manifiestan en la cultura material,  descubrir su lógica y definir reglas. Tal actitud no hace sino negar la historicidad y la contextualidad del registro arqueológico. El inevitable acercamiento a la cultura material, ha transformado el modo de entender los supuestos estructuralistas; las estructuras de significado del lenguaje se convierten ahora en otras muy distintas. La rigidez estructuralista acaba siendo superada.

Entonces, ¿en qué se convierte la cultura material? La autora de este texto responde: “La cultura material no vuelve a ser una mera colección de artefactos depositados en el registro arqueológico, sino una construcción significativa de respuestas a la realidad en relación a fuerzas e intereses sociales que responden a una determinada ideología del poder. Se convierte en un modo de escritura, una clase no verbal de discurso ordenado en torno a códigos y unidades de significación concretas. Un “discurso material” articulado y estructurado a través de prácticas y estrategias sociales dirigidas por unos intereses concretos, guiados por el poder y por la ideología. En la búsqueda de estructuras, se debe desenmascarar lo que yace por debajo de lo observable, pero teniendo en cuenta el contexto temporal y espacial. En definitiva, la cultura material debe entenderse como un campo mucho más abierto que un rígido sistema de signos como dictaminaba el Estructuralismo (Shanks & Tilley, 1987: 102-3). De sus relaciones significativas puede estudiarse y analizarse la constitución y transformación de las relaciones sociales. Relaciones sociales que no son sino producto de discursos, y es a través de ambos sobre los que se asienta y crea la cultura material. El Post-estructuralismo vuelve a la historia y recupera el sentido que había perdido con el sincronismo del Saussure y Lévi-Strauss. El tiempo vuelve a considerar lo diacrónico frente a lo sincrónico. Del mismo modo toma las estructuras que el Estructuralismo trató de construir y las desarma”.[8]

En conclusión, la aplicación de estos supuestos ( estructurales y post-estructurales) a la antropología y con mayores dificultades a la arqueología, da origen un nuevo paradigma que se bosqueja como superador de los modelos tradicionales, tanto positivistas, como procesuales, actualistas y etnocéntricos que venían vigentes  e incontrovertibles como paradigmas teóricos de occidente hasta la aparición de estos nuevos modelos en los que se amplía la profundización en el desentrañar el diálogo entre la mente, el lenguaje y los mecanismos profundos que subyacen tras la cultura en superficie, en forma sincrónica, pero diacrónica también.


[1] Lucía Moragón Martínez. “Estructuralismo y postestructuralismo en arqueología”, pág. 5.
[2] Ibíd., pág. 7.
[3] Ibíd., pp. 13; 15.
[4] Ibíd., pág. 21.
[5] Ibíd., pp. 22-24.
[6] Ibíd., pp. 32-33.
[7] Ibíd., pp. 33-34.
[8] Ibíd., pp. 38-39.

 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Publicaciones en internet:
- Moragón Martínez, Lucía. “Estructuralismo y post-estructuralismo en arqueología”. Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de Madrid. Arqueoweb. 2007.

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