Por Roberto López-Geissmann h.
“Catolicismo tradicionalista”,
“Tradicionalismo católico”, “Tradición católica”, “Catolicidad
tradicionalista”, son los apelativos más frecuentes relacionados a una
corriente dentro del catolicismo, que al igual que en el caso del
liberacionismo, no se restringe a constituir meros postulados teóricos, o más
específicamente, teológicos, sino que extiende su desarrollo vital,
configurando una identidad religiosa compleja,
con su propia cosmovisión y maneras de experimentar la realidad. El
catolicismo tradicionalista, importante es aclararlo, no está conformado en una
unidad monolítica, ni en su organización, ni en todos sus postulados teóricos y
praxis. Sin embargo, cuenta con las características suficientes compartidas
entre su heterogeneidad, como para poder describirlo y estudiarlo bajo una
terminología genérica.
Visto desde una perspectiva auto-interpretativa, algunos adherentes a esta corriente, aunque acepten por convencionalismo que se les aplique indistintamente los términos mencionados anteriormente, no obstante, prefieren ser reconocidos como “católicos” a secas, sin ninguna etiqueta adicional, o en el mejor de los casos, que se les diga “tradicionales” o “defensores de la Tradición católica” y no “tradicionalistas”, pues tal apelativo se vería detentando una connotación sectaria o de distinción, como si el catolicismo no fuera intrínsecamente tradicional (cuestión que se da por presupuesta desde este enfoque católico), y ellos no quieren presentarse o definirse como algo diferente o matizante del catolicismo, sino por el contrario, reivindican ser sus fieles adherentes, frente a otros tipos de pensamiento y prácticas que aunque insertas en la estructura institucional católica actual, no son considerados por ellos como “íntegramente” católicos, sino extraños o incluso, contrarios a la fe de la Iglesia.
Visto desde una perspectiva auto-interpretativa, algunos adherentes a esta corriente, aunque acepten por convencionalismo que se les aplique indistintamente los términos mencionados anteriormente, no obstante, prefieren ser reconocidos como “católicos” a secas, sin ninguna etiqueta adicional, o en el mejor de los casos, que se les diga “tradicionales” o “defensores de la Tradición católica” y no “tradicionalistas”, pues tal apelativo se vería detentando una connotación sectaria o de distinción, como si el catolicismo no fuera intrínsecamente tradicional (cuestión que se da por presupuesta desde este enfoque católico), y ellos no quieren presentarse o definirse como algo diferente o matizante del catolicismo, sino por el contrario, reivindican ser sus fieles adherentes, frente a otros tipos de pensamiento y prácticas que aunque insertas en la estructura institucional católica actual, no son considerados por ellos como “íntegramente” católicos, sino extraños o incluso, contrarios a la fe de la Iglesia.
Para el P. Chad Ripperger, el término
“tradicionalista” tiene dos significados diferentes. Sobre el primero, dice que
se trata de una herejía condenada por la Iglesia, que consiste en un sistema
filosófico/religioso que desprecia la razón humana y establece la tradición de
la humanidad como el único criterio para la verdad y la certeza. Tal herejía
niega la habilidad de la razón para conocer la verdad y por tanto, sostiene que
la verdad se debe ganar a través de la tradición solamente. Tal acepción se
diferencia de la que designa como “tradicionalista” al actual movimiento en la
Iglesia que claramente reconoce la habilidad de la razón para conocer la
verdad, pero que valora a la Tradición de la Iglesia como un bien y que le
gustaría verla restablecida en ella.[1]
Ampliando esta última
acepción, que será a la que se hará referencia en este estudio, Velasco Criado
concibe al tradicionalismo como:
(…) la
ideología que rechaza al mundo ilustrado y revolucionario moderno, porque,
además de verlo como fruto de una razón y libertad humanas ejercidas irracional
y libertinamente, refleja el rechazo impío del plan que la Providencia divina
ha dispuesto para los seres humanos y para sus sociedades. La larga y rica
tradición es el único y verdadero referente que todo proyecto humano debe
contemplar como norte, si quiere evitar el camino de la perdición. Para la
cosmovisión tradicionalista es tan importante caminar por la senda del bien,
siguiendo los preceptos divinos y la ley natural, tal como los recoge la
tradición, como su observancia y defensa beligerante frente a sus enemigos.
(2008, p. 8).
Ayala Muñoz (2003)
destaca una serie de personajes del ámbito eclesiástico que dieron inicio y
continuidad al movimiento tradicionalista católico. Entre ellos, aunque no
crearon ningún grupo ni se separaron del establecimiento eclesiástico
hegemónico, que ya había introducido elementos innovadores en la Iglesia, los cardenales Ottavianni y Bacci, miembros del Coetus Internationalis Patrum, grupo de prelados y teólogos
defensores de la conservación de la Tradición católica expresada en una
teología clásica y en una espiritualidad y prácticas religiosas tradicionales,
siendo participantes del Concilio, expresaron su rechazo a las reformas
litúrgicas que destituían la Misa Tridentina establecida por el Concilio de
Trento desde mediados del siglo XVI, bajo el pontificado de San Pío V: la Misa
de rito romano tradicional, en aras a establecer una misa reformada, bajo
auspicios de Paulo VI.
Ellos no fueron los únicos
prelados opuestos al aggiornamento (puesta
al día) promovida por la nueva teología y el Vaticano II. Se puede nombrar,
además, a los sacerdotes franceses George de Nantes, Noel Barbara, y al
mexicano Joaquín Sáenz y Arriaga, como la primera ola de eclesiásticos en
distinguirse a nivel mundial por su firme oposición a las corrientes
modernistas dentro del catolicísimo, legitimadas en parte a partir de Vaticano
II y por la pastoral y magisterio posconciliares.
Probablemente, el prelado más influyente y conocido del movimiento tradicionalista
fue Mons. Marcel Lefebvre, ex arzobispo de Senegal y de Tulle, Francia (su
patria), quien además fuera cabeza de las misiones francesas en África,
consejero de Pío XII y superior general de la Congregación del Espíritu Santo.
En 1970, fundó la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, para la formación de
sacerdotes según la doctrina y liturgia tradicionales, que pudieran atender a
una feligresía adherente a la Tradición católica de acuerdo a la concepción que
de ella hacen los tradicionalistas católicos, y eventualmente, para servir de
instrumento de “restauración” tradicional en la oficialidad católica.
Mons. Pierre Martin Ngo Dienh Thuc, arzobispo de Vietnam, habría de
hacerse notar en el catolicismo tradicionalista por las consagraciones
episcopales sin mandato pontificio que realizara en varias ocasiones, para en
su visión, dar continuidad de un sacerdocio católico auténtico y que celebrara
la misa católica codificada en Trento. Deseaba dejar obispos fieles a la
postura tradicionalista antes de su muerte, llegando al número de nueve los
obispos por él consagrados, además de las primeros cinco de El Palmar de Troya
(España), que terminaron separándose de la Iglesia y formando la suya propia,
eligiendo “papa” a uno de los neoconsagrados. Dos de las últimas consagraciones
hechas por Mons. Thuc recayeron sobre los sacerdotes mexicanos Moisés Carmona,
sacerdote diocesano de Acapulco, y Adolfo Zamora, religioso mercedario del
Estado de México y Guanajuato. Merece especial mención el padre M. L. Guerard
Des Lauriers O. P., reconocido teólogo dominico, también creado obispo por Thuc,
por su influencia en el movimiento tradicionalista católico, al formular la
tesis material-formal o de “Cassiciacum”, sobre la vacancia de la sede romana.
Lefebvre y Thuc, por las consagraciones episcopales que realizaron sin
mandato pontificio, y que les hiciera acreedores de la censura eclesiástica y
de la calificación de “cismáticas” a sus agrupaciones, revisten una importancia
capital para el movimiento tradicionalista, pues de ambas líneas de sucesión episcopal habrían
de provenir la mayoría de obispos y sacerdotes que continúan la formación,
piedad, doctrina y administración de los sacramentos en concordancia a un
catolicismo de corte tradicional.
Sobresalieron en Sudamérica, el obispo emérito de
la diócesis de Campos (Brasil), Mons. Antonio de Castro Mayer, el obispo Mons. Antonio Corso (uruguayo), los padres
argentinos Julio Meinvielle -prolífico escritor antiprogresista-, así como Raúl
Sánchez Abelenda, Antonio Matette y, entre los seglares, el doctor Carlos
Disandro, por mencionar algunos de los personajes tradicionalistas más
destacados.
Velasco Criado (2008) señala respecto al tradicionalismo católico: “En el interior de la Iglesia católica, el
tradicionalismo ha servido para neutralizar y perseguir cualquier proyecto
eclesiológico renovador, tanto por lo que se refiere a la autocomprensión
eclesial, como a la relación que la Iglesia puede y debe establecer con el
mundo en el que le toca vivir” (p.8).
Para este autor, desde Pío VI hasta Pío X, el discurso y praxis
eclesiásticos oficiales reflejaron una abierta hostilidad eclesiástica frente a
los principios emanados de la Ilustración. Parece adecuado extender dicha
hostilidad a los pontificados de Pío XI y Pío XII (éste último, reinante hasta
1958), frente a principios no solo de la Ilustración sino al modernismo
filosófico y teológico en general, con todas sus derivaciones de pensamiento y
praxis contrapuestas a la ortodoxia católica.
Una síntesis que Velasco Criado hace
sobre algunos puntos fundamentales de la Encíclica “Quod Aliquantum”
(1791) de Pío VI y de otras consideraciones en torno a la contraposición tradicionalismo católico-principios revolucionarios, es de gran
utilidad para comprender la radicalidad del tradicionalismo católico para
salvaguardar su visión organizacional, espiritual y doctrinal frente a las
corrientes de pensamiento moderno que en su mayor parte, son vistas como
subversivas del orden y de los principios cristianos que deben necesariamente
regir, tanto a la Iglesia como a la sociedad, para conservar su identidad
original católica en su autenticidad íntegra. A continuación, los puntos
referidos:
- Es claro
que, tras una actitud explicitada de aparente respeto ante las decisiones de la
sociedad civil y política, hay un rechazo de la misma, porque actúa movida por
un espíritu de subversión del orden jerárquico tradicional, que tiene su origen
en la “filosofía del siglo” y en la “conspiración” de una tradición herética.
Pluralismo y secularización van contra el plan de Dios y contra la sociedad
querida por él.
- La
Iglesia, “invariablemente anclada en los saludables principios de la religión”,
es inmune a las novedades siempre peligrosas del espíritu del siglo. La defensa
que se hace de su organización y de su disciplina, asimilándolas al ámbito
dogmático, refleja la concepción ahistórica de la misma. La resistencia al
cambio y la repetida invocación de la fidelidad y unidad jerárquicamente
definida explican la imposibilidad de entender el conflicto y la pluralidad
dentro de la Iglesia como algo positivo.
- La
democracia, que vendría representada por los principios “constitucionales” y el
contractualismo, por la igualdad y la libertad, es algo subversivo y contrario
a la religión. Aunque se diga que no se quiere volver al Antiguo Régimen, su
defensa del catolicismo y de la monarquía, como indisolubles, parece afirmar lo
contrario. La alianza del Trono y del Altar acaba enfrentando a la Iglesia y al
nuevo régimen constitucional, más allá de las razones dogmáticas aducidas.
- Respecto
a los “derechos del hombre”, valdría su sentencia, cuando, tras referirse a la
libertad religiosa (de creencias y de opiniones), habla de “monstruoso derecho”.
La igualdad y libertad son algo insensato que va contra el plan divino (2008,
p.10).
Convergencias y divergencias
Tal como se señalaba al principio de este apartado, el catolicismo
tradicionalista posee un núcleo común presente en los diferentes grupos que se
consideran tradicionalistas católicos, pero a la vez, existen elementos
diferenciantes que nos permiten hablar de una verdadera heterogeneidad en esta
corriente católica. El compartimiento de dicho núcleo permite hablar del
catolicismo tradicionalista como algo genérico, pero las diferencias internas
en este movimiento llegan a constituir ramas o divisiones en las que un
católico puede adscribirse, llegando a formarse grupos separados e incluso a
veces, en beligerancia teórica y cierta hostilidad entre sus adeptos, pese a
detentar principios que les cohesionan.
Entre los fundamentos más importantes que unen a los católicos
tradicionalistas se encuentran:
-La aceptación de los dogmas y la doctrina católica en la manera en que
los católicos tradicionalmente los han entendido. Se acepta el llamado
“desarrollo homogéneo del dogma”, entendido como una explicitación más amplia y
profundizada del mismo, pero siempre “en el mismo sentido” y subordinado a las
definiciones magisteriales de la Iglesia. Se rechaza con ello, un
“evolucionismo dogmático” que sujete la creencia a meras interpretaciones
historicistas cambiantes con la reflexión teológica y el pensamiento secular de
cada época, quitándole con ello su origen estrictamente divino y no dependiente,
por tanto, en su esencia, de los
instrumentos racionales de turno.
-Existe un deseo de preservar y restaurar los antiguos ritos litúrgicos
(preconciliares), no por una mera preferencia estética, nostalgia o admiración,
sino porque, los perciben como objetivamente superiores a los ritos actuales
(posconciliares), en la medida en que mientras que los ritos tradicionales
reflejarían fielmente la fe católica, los nuevos la ocultarían parcialmente,
por sus semejanza con ritos protestantes y la incorporación, además, en ellos,
de elementos judíos y un pensamiento ecuménico,
no marcadamente confesional católico en su integridad.
-Un profundo entendimiento o al menos en algunas personas, una
intuición, acerca de la importancia de preservar no solo la Tradición intrínseca
(el depósito no escrito de la fe
entregado por Jesús de Nazareth a los apóstoles, y estos, a su vez, a sus
sucesores), sino también, de mantener la tradición eclesiástica (tradición
extrínseca) que ha servido para preservar a la Tradición intrínseca y que
permite a los sacerdotes y educadores laicos en la fe (padres de familia,
catequistas, etc.) poder transmitirla en una forma efectiva.
-Un fuerte “sensus fidei” (sentido de la fe), que hace al católico
tradicionalista sentir alta estima por los escritos y vivencia espiritual que
le ha legado la Iglesia en sus siglos de experiencia, y a la vez, le pone en
cautela respecto a las orientaciones actuales que perciben como “novedosas” o
heterodoxas.
Algunos puntos fundamentales de diferenciación en el tradicionalismo
católico estriban en las diferentes visiones que se tenga sobre las siguientes
cuestiones:
-el Papa
-los sacramentos
-Vaticano II.
Todos los tradicionalistas concuerdan en la doctrina clásica sobre el
papado, los sacramentos y los concilios de la Iglesia. Pero la divergencia
proviene de las interpretaciones y posturas que adoptan respecto a la validez y
legitimidad de estos puntos referenciales en la historia de los 50 últimos años
de la Iglesia. Mientras que para grupos como el Instituto de Cristo Rey y la Fraternidad
Sacerdotal San Pedro (grupos amparados bajo la oficialidad eclesiástica),
los papas en este lapso mencionado, los sacramentos y el Vaticano II son
válidos y legítimos, distanciándose solo de lo que ellos consideran malas
interpretaciones y aplicaciones que se hace de ellos, grupos como la Congregación María Reina Inmaculada, Santa Gertrudis la Grande o el Instituto Mater Boni Consilii
(asociaciones “sedevacantistas”, es decir, que no reconocen como verdaderos
papas a los Romanos Pontífices desde los 60’s hasta la fecha, y por tanto,
sostienen la vacancia de la sede apostólica), niegan dicha legitimidad y
validez. Existe una postura intermedia, de entidades como la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que
aunque reconocen la validez de los nuevos ritos (si se realizan con las
condiciones para que se valide un sacramento), los considera peligrosos para la
fe católica e ilegítimos; reconoce a los último Papas como verdaderos sucesores
de Pedro, pero justifican su negación de obediencia al mismo y a la jerarquía
oficial en tanto sostengan enseñanzas y prácticas que consideren contrarias a
la fe (de allí que a esta posición se le designe “resistencialista”) y respecto
al Vaticano II, aunque oficialmente se le quiera reconocer como un concilio
ecuménico más de los 21 que ha tenido la Iglesia, sin embargo, se le quiere
interpretado “a la luz de la Tradición” y le señalan ambigüedades y errores,
incluso es frecuente en escritos y conversaciones no oficiales entre su
clerecía y laicos, tratar a Vaticano II como un “conciliábulo” y negarle toda
validez magisterial. Finalmente, algunos ex sedevacantistas, se decidieron a
realizar “cónclaves” y elegir su propio Papa. Son los llamados “conclavistas”.
[1] http://www.latinmassmagazine.com/articles/articles_2001_SP_Ripperger.html
REFERENCIAS:
RECURSOS ELECTRÓNICOS:
-Restrepo, Eduardo.
(Julio, 2007). Identidades:
planteamientos teóricos y sugerencias metodológicas para su estudio. Jangwa
Pana, 5. Pp. 24-35. Recuperado de
http://www.ram-wan.net/restrepo/documentos/identidades-jangwa%20pana.pdf
-Velasco Criado,
Demetrio. (Julio-Septiembre 2008). El
resurgimiento del tradicionalismo católico.
Iglesia Viva. N° 235. Pp. 7-26. Recuperado de http://www.iglesiaviva.org/235/235-11-DEME.pdf
-Ayala Muñoz, José
Alfonso. (2003). Tradicionalismo católico postconciliar y ultraderecha en Guadalajara. Pp. 54-65. http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/grieta/pdf/grieta02/54-65.pdf
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