En este país, (El salvador) por la medianía moral e
intelectual generalizada, muchos se alegran de los graves problemas que se dan
en los partidos políticos de los que son opositores. Solemos ser indulgentes con los trapos sucios
de la cancha propia. En ambos casos, olvidamos con frecuencia las repercusiones
negativas que al final acaban causando dichos problemas a la nación. Habemos otros que no nos sentimos
identificados en ninguna representación política de nuestra sociedad, por
varias razones, pero que en determinadas circunstancias, y entendiendo la
política como el "arte de lo posible", estamos dispuestos a ejercer
alguna colaboración específica, sin integrarnos ni mucho menos depender de
ningún partido. Dicho lo anterior, recientes sucesos solo confirman las
divisiones internas en uno ellos. Se denuncia cuestiones conocidas fácilmente
por el público en general, y qué decir por quienes hace varios años tuvimos
participación activa allí.
Cada quien evalúa a su propia manera. Algunos creen en la
posibilidad de mejoramiento y reforma en los partidos principales. Por mi
parte, por más que he estado analizando tal posibilidad, estos hechos recientes
de distanciamientos y críticas internas (que no me añaden realmente elementos
nuevos de juicio) tan solo me terminan por inclinar a creer que tal reforma ya
no es posible, pues los problemas son estructurales y su solución demanda una
auténtica purga de los que dirigen las instituciones políticas. Pero tal relevo
de poder me parece bastante difícil de que se concrete, difícil incluso
siquiera que se dé una reacción importante que lo lleve como punto de
plataforma política y organizativa. Cambian de rostros, a veces, pero los hilos
del poder son movidos por los mismos intereses particulares y con frecuencia
hasta por las mismas personas.
Por otro lado, existe cierto grado de conflictividad
identitaria. En parte, por cuestiones generacionales, en otra, por la fuerza de
organismos y agendas internacionales que pretenden imponer ciertos principios,
valores y visiones de mundo, generalmente de corte progresista, que se distancian
de la axiología de la mayoría de
partidarios de los principales institutos políticos. Uno de ellos, ceñido a la
herencia marxista y sus derivaciones posteriores, otro, gravitando sobre el
liberalismo versión 2.0, pero con las tensiones lógicas que produce la
coexistencia de un ala más conservadora y otra auténticamente más liberal (que
estarían representando cierto grupo de líderes jóvenes la mayoría de ellos,
voluntariamente distanciados de su partido).
En unos casos, se ha dado un acomodamiento al poder, con
la ulterior corrupción que se ha permitido, demostrando no pocos políticos su débil
moral y falta de responsabilidad ante la
población. En otros, se constata la falta de una mínima inteligencia para
aprovechar la coyuntura y hacer propuestas realistas, así como para tomar
medidas de cambio serio intrapartidario que propicien una mejor oferta
electoral.
Uno de los partidos no ha logrado trascender de ser
prácticamente una maquina electoral, cuya estrategia es emerger durante el
período electoral e intentar captar votos. Ha perdido en mucho su conexión con
las bases y el voto popular, su fundamentación ideológica esprecaria y no pasan
de repetir consignas y una veintiúnica idea fuerza, a manera de panacea, que es
la libertad, cómo si ésta fuera el principio más importante y además, que no
necesitara de otros de valor semejante como lo son la justicia, equidad, orden,
solidaridad y otros más. Le falta mayor comprensión de la realidad amplia del
país, y eso en parte, porque, precisamente, le falta mayor acercamiento a la
cotidianidad del grueso de los habitantes de la nación, y no pensar en ellos de
forma abstracta, desde burbujas cómodas existenciales y con visiones casi
reducidas a contemplar El Salvador como si se tratase de una gran empresa
privada a la que para su buen funcionamiento, bastara con inyectarle capital,
administradores y operarios eficientes. Nos parece que la política no se reduce
a la economía ni a la sola administración. Pero, desde hace varios años atrás,
visión y misión políticas le han hecho mucha falta a ese partido devenido en
maquina electoral de temporada.
Otros se han procurado, acorde a su talante y mística,
una disciplina de trabajo, organización y formación, en buena parte dignas de
imitar por cualquier partido. Pero, infelizmente, la formación sirve de poco si
está llena de errores teóricos; la organización y su mística pueden además,
correr el riesgo de instrumentalizarse en base a dirigencias que abusan del
poder y que a pesar de su supuesto amor al Pueblo (enmayusculado), y en
particular, a los más desfavorecidos, demuestran que tan solo son otros
aprovechados de la política para su propio beneficio.
Faltan cojones. Algunos que parecieran tenerlos, se
acaban acomodando, son comprados o ellos mismos se autocastran sin necesidad
que nadie les amordace. Falta valor para afirmarse y buscar definiciones, por
más que fueran amplias y no muchas, por temor a la dictadura relativista (pero
bastante inclinada hacia un sentido) de gran parte de la intelectualidad
hegemónica, de los organismos internacionales y ONG’s de cariz globalista.
Estas fuerzas políticas permiten que a título personal o incluso a través de
grupos se defiendan públicamente cuestiones como la familia tradicional, el
derecho a la vida, o intentos de conservar de forma concreta aunque sea algo de
soberanía nacional. Pero, a la hora de lanzar plataformas públicas, se cuidan
de evitar temas “polémicos” por temor a perder votos.
Se hablan de renovaciones y del poder de la juventud.
Nosotros no vendremos a negarle participación ni capacidad a los jóvenes.
Tampoco le cerraríamos la puerta a que los partidos se renueven. Pero, ¿de qué
tipo de renovación se trata? ¿Hasta qué punto? ¿Qué habría que renovar? Si eso
no se discute o aborda de forma adecuada y con la seriedad del caso en cada
partido, se corre el riesgo de imposibilitar la proyección y ejecución de
cambios reales, en la medida de que no se logre una decisión sobré que se
necesita cambiar, y estaría faltando poner límites. Toda identidad tiene por
característica, entre otras, marcar fronteras, líneas definitorias. Se es
esto y no aquello, se llega hasta aquí, pero no se permite pasar para allá,
bajo pena de perder la identidad propia, por la cual se reconoce a sí mismo y
otros también nos identifican. Por más dinamicidad que se le reconozca a una
identidad, siempre será necesario reconocerle un núcleo que persiste, a pesar
de las adaptaciones que pueda tener.
Y aquí viene mi prudente falta de exagerado entusiasmo por el poder juvenil. Tanto de forma general como por el contexto particular. En general, el joven está lleno de vitalidad, de fuerza, quiere comerse al mundo y está lleno de propuestas, de ganas de aportar y conducir. Sin embargo, con frecuencia, aun los más inteligentes y virtuosos necesitan madurar, adquirir experiencia. Si por un falaz y desmedido elogio de la juventud, no se le hiciera ver al joven que si bien, su papel como agente de acción socio-política es importante y hasta necesario, pero que a la vez debe estar abierto a escuchar y aprender de sus mayores y de su propio desarrollo, entonces no sería de extrañar de que lejos de mejorar el país, tan solo estuviéramos poniéndole más problemas: jóvenes idealistas o sabelotodos, que pretendieran hallarle los cinco pies al gato y febriles de un activismo sin una preparación ni consistencia sólidas. Ya en particular, el joven actual es víctima del bombardeo ideológico diseminado explícita y sutilmente a la vez, a través de los medios de comunicación y la posmodernidad intelectual. Si no toman por sí mismos el esfuerzo de investigar y estudiar más allá de lo hegemónico, para irse decantando por su propia visión de mundo, tienden a asimilar una cultura y mentalidad hedonista, consumista, materialista y progresista. Difícilmente se despojarán de ello a la hora de proponer y actuar en el terreno político.
Generaciones anteriores al menos conocieron otras maneras de pensar, de vivir y otras influencias intelectuales, vedadas o llegadas a cuentagotas a los jóvenes actuales. Hoy se les facilita poder encontrar mundos enteros de información y se abre una posibilidad enorme para la autoformación. Pero, de nuevo, los medios masivos y las élites intelectuales, así como muchos políticos de los países más poderosos, en realidad estrechan conscientemente esta oferta cognoscitiva, axiológica y formativa, filtrando (no pocas veces hasta con leyes) el pensamiento disidente e imponiendo el suyo propio mundialista.
El ideal sería un diálogo constructivo intergeneracional, sin desprecios ni sentimientos de superioridad a priori entre jóvenes y personas más maduras. Diálogo que con frecuencia en el país, no se logra, o porque los mayores utilizan al joven como peón de un juego en el que los que mandan son ellos, ofreciéndoles puestos de dirección a algunos, pero dejándoles bien limitado su protagonismo, o porque algunos jóvenes creen que todo lo que es viejo o viene de viejos, es obsoleto y que hay que cambiarlo todo, sin detenerse a analizar concienzudamente si es prudente, moralmente bueno o necesario realmente un cambio tan radical.
Y aquí viene mi prudente falta de exagerado entusiasmo por el poder juvenil. Tanto de forma general como por el contexto particular. En general, el joven está lleno de vitalidad, de fuerza, quiere comerse al mundo y está lleno de propuestas, de ganas de aportar y conducir. Sin embargo, con frecuencia, aun los más inteligentes y virtuosos necesitan madurar, adquirir experiencia. Si por un falaz y desmedido elogio de la juventud, no se le hiciera ver al joven que si bien, su papel como agente de acción socio-política es importante y hasta necesario, pero que a la vez debe estar abierto a escuchar y aprender de sus mayores y de su propio desarrollo, entonces no sería de extrañar de que lejos de mejorar el país, tan solo estuviéramos poniéndole más problemas: jóvenes idealistas o sabelotodos, que pretendieran hallarle los cinco pies al gato y febriles de un activismo sin una preparación ni consistencia sólidas. Ya en particular, el joven actual es víctima del bombardeo ideológico diseminado explícita y sutilmente a la vez, a través de los medios de comunicación y la posmodernidad intelectual. Si no toman por sí mismos el esfuerzo de investigar y estudiar más allá de lo hegemónico, para irse decantando por su propia visión de mundo, tienden a asimilar una cultura y mentalidad hedonista, consumista, materialista y progresista. Difícilmente se despojarán de ello a la hora de proponer y actuar en el terreno político.
Generaciones anteriores al menos conocieron otras maneras de pensar, de vivir y otras influencias intelectuales, vedadas o llegadas a cuentagotas a los jóvenes actuales. Hoy se les facilita poder encontrar mundos enteros de información y se abre una posibilidad enorme para la autoformación. Pero, de nuevo, los medios masivos y las élites intelectuales, así como muchos políticos de los países más poderosos, en realidad estrechan conscientemente esta oferta cognoscitiva, axiológica y formativa, filtrando (no pocas veces hasta con leyes) el pensamiento disidente e imponiendo el suyo propio mundialista.
El ideal sería un diálogo constructivo intergeneracional, sin desprecios ni sentimientos de superioridad a priori entre jóvenes y personas más maduras. Diálogo que con frecuencia en el país, no se logra, o porque los mayores utilizan al joven como peón de un juego en el que los que mandan son ellos, ofreciéndoles puestos de dirección a algunos, pero dejándoles bien limitado su protagonismo, o porque algunos jóvenes creen que todo lo que es viejo o viene de viejos, es obsoleto y que hay que cambiarlo todo, sin detenerse a analizar concienzudamente si es prudente, moralmente bueno o necesario realmente un cambio tan radical.
En fin, dadas las condiciones actuales y vigentes en los
partidos principales, considero que no parecen ser ya alternativas viables para
las transformaciones que amerita nuestro país. Creo que, pese al desencanto que
ha producido la política salvadoreña por sus malos políticos y partidos gravemente
deficientes, es necesario que surjan nuevas fuerzas y liderazgos políticos.
Preferentemente, con pocos o ningún líder con larga trayectoria en los partidos
mayoritarios y sin nexo de pertenencia genuflexa a cúpulas de intereses
privados, pues se prestaría a identificarlos como apéndices de los partidos y
círculos de poder que hubieran abandonado. Con proyectos claros, capaces de
definirse pero a la vez, de tener apertura a la sana discusión y relaciones
respetuosas con las fuerzas sociales y políticas opositoras.
Con lo poco que queda para las elecciones del año que
viene y las presidenciales de 2019, se ve muy difícil que se logre formar una
nueva fuerza política. Parece que habrá que decidir si apoyar al mal menor o al
partido más cercano a nuestra ideología e intereses. Pero, mientras tanto,
estarse de brazos cruzados no es una opción. Está creciendo la conciencia de
que los partidos no son los únicos medios de poder político en su sentido
extenso. La sociedad civil, si se organiza, tiene rango de maniobra. Hay que
evaluar la conveniencia de potenciar a los emergentes movimientos no partidarios y
usarlos como plataformas para incidir en la construcción del cambio que
deseamos. Pueden ser las bases para liderazgos buenos, sean partidarios o no.